Mi madre solía decirnos: “estudien intensamente y logren buenas calificaciones para poder ingresar a la universidad... así encontrarán un empleo bien remunerado y con buenos beneficios”. Esa era su gran preocupación, pues siempre anheló que tuviéramos la mayor posibilidad de éxito en nuestras vidas.
En su época se ponía en práctica esta teoría y en la mayoría de ocasiones resultaba, porque las condiciones de la clase trabajadora eran diferentes y lograban cumplir su meta de llegar a la edad de jubilación. Hoy día esa meta tiene peldaños que la hacen casi imposible de alcanzar y las personas pasan por más de cuatro empleos, alejando aun más la posibilidad de lograrlo.
Aquí hay varias cosas: en mi cabeza siempre daban vueltas esas lecciones maternas que me resistía a aceptar porque miraba a mi alrededor y concluía que las personas exitosas, de mi ciudad por ejemplo, no lo obtuvieron gracias a la calificaciones en el colegio (algunos solo llegaron a quinto de primaria). Sin embargo los que eran mi ejemplo juvenil de mucha astucia y poca educación, acentúan un problema productivo y evolutivo: son personas que se resisten al cambio porque su “fórmula” de éxito les resultó y se quedan atrapadas en sus zonas de seguridad. Es más, esos “triunfadores” dejan que sus hábitos operen sus vidas y no tienen en cuenta ni aceptan que hoy en día estamos enfrentados al reto de los avances tecnológicos y globales.
Esas personas no se atreven arriesgar cuando no hay garantía de éxito en lo que emprenden: amar es arriesgarse a tener un corazón herido, casarse es exponerse al divorcio, respirar es exponerse a adquirir una enfermedad por la contaminación ambiental; y lo peor: se conforman con lo que tienen y han logrado, pues aventurarse a entrar en los retos presentes es arriesgarse a perderlo todo. Lo que les resulta imposible de entender es que estamos en una época en la cual, literalmente, se tiene que aprender a amar el cambio porque es el único recurso que se tiene para sobrevivir.
Por otro lado, acceder a una buena educación y lograr altas calificaciones no asegura el éxito y nadie parece haberlo notado, pues a mi generación esa premisa le suena más a sueños infundados que a realidades prácticas. Si bien la educación es importante, es más trascendental tener en cuenta que el éxito está en saber elegir una profesión por el tipo de actividad que se quiere desempeñar, por lo que se quiere en la vida, por el propósito y la pasión que se sienten por un área del conocimiento, sin dejarse guiar por los perfiles que, en esa precisa coyuntura, estén buscando las empresas. Tampoco se puede tomar la decisión basados en la seguridad del empleo, o por los beneficios propios de una profesión determinada, o por lo bien remunerados que son los profesionales del sector: Gracias a Dios, se es libre de hacer y estudiar lo que se desea y no es una sentencia de vida.
En realidad el éxito y la satisfacción personal se adquieren con una combinación equilibrada de inteligencia emocional y conocimientos, es decir, fortaleciendo desde la más temprana edad la disciplina para prepararnos y aplicarnos con todo el compromiso en la educación.
Si queremos ser triunfadores y vivir en un país exitoso, hay que dejar de lado la mentalidad de estudiar para conseguir y conservar un empleo y arriesgarse a crear empresa, a triunfar o fracasar varias veces si es necesario, para llevar a feliz puerto un proyecto laboral y empresarial que además, generará productividad, empleo y desarrollo. Sin embargo, algunas persona sencillamente carecemos (en cierta manera me incluyo) de la confianza necesaria, o de la ambición, o del coraje de ir en busca de construir algo propio y seguimos pensando en el trabajo ideal de ocho horas de lunes a viernes y con la seguridad de un salario quincenal o mensual para satisfacer nuestras necesidades, sin importarnos el desarrollo del país y dejando de lado la contribución que podemos hacer con nuestros conocimientos e inteligencia, para mejorar el bienestar y apuntalar el progreso de Colombia.
Esa falta de valor se refleja muchas veces en las calles, y vemos ingenieros sin vocación ni formación empresarial que “escampan” conduciendo taxis (ese es un proyecto empresarial si se tiene la visión), contadores que están dictando clases de aeróbicos, biólogos que son meseros en restaurantes y miles de ejemplos más que demuestran el conflicto entre vocación y profesión y son una alarma sobre la ausencia de una preparación empresarial de los profesionales colombianos.
Y es aquí donde claramente se ve reflejado que lo fundamental no es lo que se sabe, sino lo que se hace con lo que se sabe... eso es lo que llamo acción con propósito.